martes, 14 de mayo de 2013



El final del tiempo Pascual

Con la Solemnidad de Pentecostés culmina la cincuentena pascual, el misterio que recuerda la venida del Espiritu Santo prometido por el Señor Jesús, sobre el Colegio Apostólico reunido en torno a María Santísima y el anuncio del Señor a los judíos que están en Jerusalén.

Antes de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II,  la solemnidad de Pentecostés se celebraba con una octava propia como una fiesta independiente de la Pascua y eso hacía que parecieran dos fiestas distintas.  Es una solemnidad como la Ascensión dentro del tiempo pascual  y desarrolla este tiempo. Tiene toda la eucología propia, la Secuencia antes del Evangelio, prefacio, además de embolismos propios en las tres primeras plegarias eucarísticas y bendición solemne; es  novedosa la misa de Vigilia que se puede organizar a semejanza de la Vigilia Pascual, pues consta de cuatro lecturas del Antiguo Testamento y dos del Nuevo Testamento. Como se recordará sólo hay misas de Vigilia en: Pascua, Pentecostés y Navidad. Se celebra con ornamentos de color rojo, de ahí el modo antiguo de llamarla como “Pascua granada”  a diferencia de la “Pascua florida” que hacía referencia al misterio de la Resurrección.

Hay que destacar que la solemnidad no es una fiesta del Espíritu Santo, como las misas votivas a la Tercera Persona de la Trinidad que aparecen en el misal, sino el final del tiempo Pascual, recordando el Don del Espíritu que envían el Padre y el Hijo de manera pública, manifiesta. El Espíritu continúa la obra iniciada por el Señor Jesús, es el Otro Paráclito (cfr Jn 14, 16)  y la misión de ambos es conjunta e inseparable (cfr CEC # 690). Debe destacarse en la celebración y en la homilía la unidad que existe con el misterio que hemos estado celebrando durante cincuenta días y su final solemne. Por ello se proclama una parte del evangelio de la primera aparición del Señor a los Apóstoles el mismo día de la Resurrección,  que se proclamó el segundo Domingo de Pascua, y así nos remite al núcleo del tiempo que hemos celebrado. Con este misterio termina la obra del Hijo y se inicia la obra del Espíritu Santo con la Iglesia. Quizás por eso la rúbrica dice que el Cirio Pascual se traslada al final de la última misa, al bautisterio donde permanece para la celebración del Bautismo.

La otra rúbrica que menciona el Misal al final : “…cuando el lunes o martes después de Pentecostés son días en los que los fieles deben o suelen asistir a la misa, puede utilizarse la misa del domingo de Pentecostés o decirse la misa del Espíritu Santo”  es un poco “equívoca”,  pues el lunes o martes siguiente ya no es tiempo pascual sino continuamos con el tiempo ordinario que habíamos interrumpido con la Cuaresma.  Quizás sea reminiscencia de la Octava de Pentecostés que se celebraba antes de la reforma conciliar y que fue suprimida para destacar la unidad con el tiempo de Pascua

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