4 de diciembre: 50 aniversario de la Sacrosantum Concilium
El 4 de diciembre del 2013 se celebra los 50 años de la promulgación de este importante documento conciliar, con el que se inició la renovación litúrgica que no termina hasta ahora y que ha traído tantos frutos de santidad para el pueblo de Dios. Este aniversario deberá ser también ocasión de aunar esfuerzos para esa renovación en continuidad de la liturgia, obra por excelencia de la Iglesia, en donde se manifiesta su ser y misión, donde Dios santifica a los hombres y los hombres le dan gloria y alabanza siga con intensidad. Para no caer víctimas de una interpretación equívoca o caprichosa sino auténtica al deseo de los padres conciliares
Que importante será conocer la letra y el espíritu de este documento para poder celebrar nuestra fe como un encuentro con el Señor glorificado. Que pastores y fieles podamos participar activa y reverentemente en la Sagrada Liturgia por medio de gestos y palabras, silencio y recogimiento, atención y escucha para crecer en nuestra fe y en nuestro seguimiento del Señor. La liturgia católica es hermosa, con esa hermosura que brota de aquel que es la Verdad Suma, por ello que cada celebración sea un momento intenso de Vida, de Luz, de nutrirnos para vivir en nuestra vida cotidiana
También sea ocasión de dar gracias a Dios por esta constitución, fruto conciliar de primer orden. Laus Deo
Para aquellos que quieren conocer un poco más nuestra hermosa liturgia católica, celebración de fe y de amor
domingo, 1 de diciembre de 2013
viernes, 11 de octubre de 2013
Las vestiduras para celebrar los Sacramentos
Para celebrar los Sacramentos fuera de la Santa Misa y los Sacramentales, las vestiduras litúrgicas que se deben vestir se nos dice en los libros litúrgicos : el alba, el cíngulo y la estola, y además se puede poner la capa pluvial o también la sotana, el sobrepelliz y la estola y también se puede la capa pluvial. Ponerse la estola sobre la ropa común incluso sobre el cleryman o la sotana no es correcto, ni para bendecir, hacer responsos o celebrar un sacramento.
El hábito talar o sotana es una de las vestimentas clásicas del clero católico desde hace siglos, es un signo muy elocuente de la total disponibilidad y donación que hace el sacerdote a su ministerio y al Señor. Incluso se usan los colores oscuros, especialmente el negro, para que no quepa vanidad ni ostentación, para que sea lo más sobrio y discreto posible. Antiguamente el color negro era más rudo, simple y barato que las telas de colores que eran más costosas.
En el caso de los religiosos o religiosas el hábito particular de su congregación es lo usual y típico, incluso en el caso de los clérigos religiosos pueden usar el hábito con algunos privilegios en la celebraciones litúrgicas.
Qué bueno es ver a un sacerdote con su hábito o su sotana por la calle, eso nos lo identifica como un ministro de Jesucristo al servicio del pueblo de Dios. Es verdad que el hábito no hace al monje, pero cuanto lo ayuda y nos ayuda a los demás a ver esos signos de la presencia de Dios o de la Iglesia, en medio de la sociedad moderna
Para celebrar los Sacramentos fuera de la Santa Misa y los Sacramentales, las vestiduras litúrgicas que se deben vestir se nos dice en los libros litúrgicos : el alba, el cíngulo y la estola, y además se puede poner la capa pluvial o también la sotana, el sobrepelliz y la estola y también se puede la capa pluvial. Ponerse la estola sobre la ropa común incluso sobre el cleryman o la sotana no es correcto, ni para bendecir, hacer responsos o celebrar un sacramento.
El hábito talar o sotana es una de las vestimentas clásicas del clero católico desde hace siglos, es un signo muy elocuente de la total disponibilidad y donación que hace el sacerdote a su ministerio y al Señor. Incluso se usan los colores oscuros, especialmente el negro, para que no quepa vanidad ni ostentación, para que sea lo más sobrio y discreto posible. Antiguamente el color negro era más rudo, simple y barato que las telas de colores que eran más costosas.
En el caso de los religiosos o religiosas el hábito particular de su congregación es lo usual y típico, incluso en el caso de los clérigos religiosos pueden usar el hábito con algunos privilegios en la celebraciones litúrgicas.
Qué bueno es ver a un sacerdote con su hábito o su sotana por la calle, eso nos lo identifica como un ministro de Jesucristo al servicio del pueblo de Dios. Es verdad que el hábito no hace al monje, pero cuanto lo ayuda y nos ayuda a los demás a ver esos signos de la presencia de Dios o de la Iglesia, en medio de la sociedad moderna
jueves, 19 de septiembre de 2013
Con ocasión de una ordenación episcopal S.E.R Mons. Braulio Rodriguez Plaza, Arzobispo de Toledo y Primado de España escribió este texto de mucha riqueza teológica, litúrgica y espiritual
Escrito episcopal para el domingo 15 de septiembre,
con ocasión de la ordenación episcopal de D. Ángel Fernández Collado
La benevolencia del Santo Padre y su preocupación por todas las Iglesias
tendrá una concreción en la Iglesia de Toledo el domingo 15 de septiembre,
cuando los Obispos presentes en la Catedral impongamos las manos sobre la
cabeza de D. Ángel Fernández Collado y sea ordenado Obispo Auxiliar de la
Archidiócesis. Entrará de este modo en el Colegio Apostólico con la autoridad
del Papa Francisco. Como Iglesia en Toledo os invito a dar gracias a Su
Santidad por D. Ángel; ayuda para mí y para vosotros. El ministerio episcopal
será, pues, ejercido por el nuevo Obispo en nuevos campos de acción pastoral.
Os pido vuestra oración ante el Señor por este hermano; os recuerdo que
el sacramento del Orden se confiere mediante la imposición de manos y la
oración. La imposición de manos se realiza en silencio, porque la palabra
humana enmudece en este momento. El alma del está siendo ordenado se abre al
silencio de Dios, cuya mano se alarga hacia él, hombre débil como todos, lo
toma para sí y, a la vez, lo cubre para protegerlo, de modo que sea propiedad
de Dios, le pertenezca del todo y le introduzca a los hombres en las manos de
Dios.
Como es lógico, a lo largo de mis 25 años episcopales, he ordenado con
otros prelados a unos cuantos Obispos; pero será la primera vez que presidiré
esta impresionante celebración, una vez haya sido leído el mandato apostólico
que nos permite la ordenación de D. Ángel. La oración que sigue a la imposición
de las manos es de una profundidad grande. La ordenación episcopal es en
realidad un acontecimiento de oración. Ningún hombre puede hacer a otro sacerdote
u obispo. Es el Señor mismo quien, a través de la palabra de oración y del
gesto de la imposición de las manos, asume a este hombre totalmente a su
servicio y lo atrae a su propio sacerdocio. Jesucristo mismo consagra a sus
elegidos. Él, Sumo Sacerdote, le concede la participación en su sacerdocio,
para que su Palabra y su obra salvífica estén presentes en todos los tiempos.
Quienes estéis en la Catedral o sigáis la ordenación por el Canal Diocesano,
fijaos el momento en el que, durante la oración consecratoria, se abre sobre el
candidato el Evangeliario, el libro de la Palabra de Dios. El Evangelio debe
penetrar en él, invadirlo, pues Cristo mismo es el Evangelio.
El consagrado debe ser colmado, pues, del Espíritu de Dios y vivir a
partir de Él. Debe llevar a los pobres el alegre anuncio, la verdadera libertad
y la esperanza que permite vivir al hombre y lo sana. La ordenación no es una
toma de posesión, de un poder que encumbra al Obispo. Su sacerdocio no es
dominio, sino servicio. Por eso se le pide al Obispo ordenado fidelidad, pues
se le ha confiado un gran bien, que no le pertenece. La Iglesia, como repetía
Benedicto XVI, no es la Iglesia nuestra, sino la Iglesia de Jesús, la Iglesia
de Dios. No atamos a los hombres a nosotros; no trabajamos para nosotros, sino
que conducimos a los hombres hacia Jesucristo y así al Dios vivo.
Al que es ordenado Obispo se le pide también la prudencia, que no es
astucia o dotes para engañar y persuadir; es una virtud que indica el primado
de la verdad como criterio de nuestra actuación. Unido a esto, el que sirve a
Jesucristo en el ministerio episcopal es bondadoso, según aquella parábola de
Jesús, en la que dice: “Siervo bueno y fiel…, entra en el gozo de tu señor” (Mt
25, 21.23). Bueno, en sentido pleno, es sólo Dios. Él es el Bien, el Bueno por
excelencia, la Bondad en persona. Por ello, en una criatura –en el hombre- el
ser bueno se basa necesariamente en una profunda orientación interior hacia
Dios. De ahí que la bondad crece en nosotros uniéndonos interiormente al Dios
vivo. Nos convertimos en siervos buenos mediante nuestra relación viva con
Jesucristo.
Para el nuevo Obispo Auxiliar, D. Ángel, pedimos al Señor fidelidad y
bondad, junto con la prudencia a la hora de gobernar según el estilo de
Jesucristo. A la Madre Dolorosa, que sufrió por la pasión y muerte de su Hijo y
por los pecados de los hombres, confiados también a su maternal intercesión, la
acompañamos hoy y la invocamos en la Iglesia de Toledo, para que el ministerio
episcopal del nuevo Obispo sea gracia y servicio del Señor.
+ Braulio Rodríguez Plaza
Arzobispo de Toledo
Primado de España
jueves, 22 de agosto de 2013
Observancia de las normas litúrgicas y “ars celebrandi”
1. La situación en el post-Concilio
El Concilio Vaticano II ordenó una reforma general de la sagrada liturgia[1]. Esta fue efectuada, tras la clausura del Concilio, por una comisión comúnmente llamada, por brevedad, el Consilium [2]. Es sabido que la reforma litúrgica fue desde el inicio objeto de críticas, a veces radicales, como de exaltaciones, en ciertos casos excesivas. No es nuestra intención detenernos en este problema. Podemos decir en cambio que se está generalmente de acuerdo en observar un fuerte aumento de los abusos en el campo celebrativo después del Concilio.
También el Magisterio reciente ha tomado nota de la situación y en muchos casos ha llamado a la estricta observancia de las normas y de las indicaciones litúrgicas. Por otra parte, las leyes litúrgicas establecidas para la forma ordinaria (o de Pablo VI) – la que, excepciones aparte, se celebra siempre y en todas partes en la Iglesia de hoy – son mucho más “abiertas” respecto al pasado. Estas permiten muchas excepciones y diversas aplicaciones, y prevén también múltiples formularios para los diversos ritos (la pluriformidad incluso aumenta en el paso de la editio typica latina a las versiones nacionales). A pesar de ello, un gran número de sacerdotes considera que tiene que ampliar ulteriormente el espacio dejado a la “creatividad”, que se expresa sobre todo con el frecuente cambio de palabras o de frases enteras respecto a las fijadas en los libros litúrgicos, con la inserción de “ritos” nuevos y a menudo extraños completamente a la tradición litúrgica y teológica de la Iglesia e incluso con el uso de vestimentas, vasos sagrados y adornos no siempre adecuados y, en algunos casos, cayendo incluso en el ridículo. El liturgista Cesare Giraudo ha resumido la situación con estas palabras:
“Si antes [de la reforma litúrgica] había fijación, esclerosis de formas, innaturalidad, que hacían la liturgia de entonces una “liturgia de hierro”, hoy hay naturalidad y espontaneísmo, sin duda sinceros, pero a menudo sobreentendidas, malentendidas, que hacen – o al menos corren en riesgo de hacer – de la liturgia una “liturgia de caucho”, resbaladiza, escurridiza, jabonosa, que a veces se expresa en una ostentosa liberación de toda normativa escrita. [...] Esta espontaneidad mal entendida, que se identifica de hecho con la improvisación, la facilonería, la superficialidad, el permisivismo, es el nuevo “criterio” que fascina a innumerables agentes pastorales, sacerdotes y laicos.
[...] Por no hablar también de aquellos sacerdotes que, a veces y en algunos lugares, se arrogan el derecho de utilizar plegarias eucarísticas salvajes, o de componer acá o allá su texto o partes de él” [3].
El papa Juan Pablo II, en la encíclica Ecclesia de Eucharistia, manifestó su disgusto por los abusos litúrgicos que tienen lugar a menudo, particularmente en la celebración de la Santa Misa, en cuanto que “la Eucaristía es un don demasiado grande, para soportar ambigüedades y disminuciones” [4]. Y añadió:
“Por desgracia, es de lamentar que, sobre todo a partir de los años de la reforma litúrgica postconciliar, por un malentendido sentido de creatividad y de adaptación, no hayan faltado abusos, que para muchos han sido causa de malestar. Una cierta reacción al « formalismo » ha llevado a algunos, especialmente en ciertas regiones, a considerar como no obligatorias las « formas » adoptadas por la gran tradición litúrgica de la Iglesia y su Magisterio, y a introducir innovaciones no autorizadas y con frecuencia del todo inconvenientes.
Por tanto, siento el deber de hacer una acuciante llamada de atención para que se observen con gran fidelidad las normas litúrgicas en la celebración eucarística. Son una expresión concreta de la auténtica eclesialidad de la Eucaristía; éste es su sentido más profundo. La liturgia nunca es propiedad privada de alguien, ni del celebrante ni de la comunidad en que se celebran los Misterios” [5].
2. Causas y efectos del fenómeno
El fenómeno de la “desobediencia litúrgica” se ha extendido de tal forma, por número y en ciertos casos también por gravedad, que se ha formado en muchos una mentalidad por la cual en la liturgia, salvando las palabras de la consagración eucarística, se podrían aportar todas las modificaciones consideradas “pastoralmente” oportunas por el sacerdote o por la comunidad. Esta situación indujo al mismo Juan Pablo II a pedir a la Congregación para el Culto Divino que preparase una Instrucción disciplinar sobre la Celebración de la Eucaristía, publicada con el título de Redemptionis Sacramentum el 25 de marzo de 2004. En la citación antes reproducida de la Ecclesia de Eucharistia, se indicaba en la reacción al formalismo una de las causas de la “desobediencia litúrgica” de nuestro tiempo. La Redemptionis Sacramentum señala otras causas, entre ellas un falso concepto de libertad [6] y la ignorancia. Esta última en particular se refiere no sólo al conocimiento de las normas, sino también a una comprensión deficiente del valor histórico y teológico de muchos textos eucológicos y ritos: “Los abusos encuentran, finalmente, muy a menudo fundamento en la ignorancia, ya que por lo general se rechaza aquello de lo que no se capta el sentido más profundo, ni se conoce su antigüedad” [7].
Introduciendo el tema de la fidelidad a las normas en una comprensión teológica e histórica, además de en el contexto de la eclesiología de comunión, la Instrucción afirma:
“El Misterio de la Eucaristía es demasiado grande 'para que alguien pueda permitirse tratarlo a su arbitrio personal, lo que no respetaría ni su carácter sagrado ni su dimensión universal'. [...] Los actos arbitrarios no benefician la verdadera renovación, sino que lesionan el verdadero derecho de los fieles a la acción litúrgica, que es expresión de la vida de la Iglesia, según su tradición y disciplina. Además, introducen en la misma celebración de la Eucaristía elementos de discordia y la deforman, cuando ella tiende, por su propia naturaleza y de forma eminente, a significar y realizar admirablemente la comunión con la vida divina y la unidad del pueblo de Dios. De estos actos arbitrarios se deriva incertidumbre en la doctrina, duda y escándalo para el pueblo de Dios y, casi inevitablemente, una violenta repugnancia que confunde y aflige con fuerza a muchos fieles en nuestros tiempos, en que frecuentemente la vida cristiana sufre el ambiente, muy difícil, de la 'secularización'.
Por otra parte, todos los fieles cristianos gozan del derecho de celebrar una liturgia verdadera, y especialmente la celebración de la santa Misa, que sea tal como la Iglesia ha querido y establecido, como está prescrito en los libros litúrgicos y en las otras leyes y normas. Además, el pueblo católico tiene derecho a que se celebre por él, de forma íntegra, el santo sacrificio de la Misa, conforme a toda la enseñanza del Magisterio de la Iglesia. Finalmente, la comunidad católica tiene derecho a que de tal modo se realice para ella la celebración de la santísima Eucaristía, que aparezca verdaderamente como sacramento de unidad, excluyendo absolutamente todos los defectos y gestos que puedan manifestar divisiones y facciones en la Iglesia” [8].
Particularmente significativo en este texto es la llamada al derecho de los fieles de tener la liturgia celebrada según las normas universales de la Iglesia, además de subrayar el hecho de que las transformaciones y modificaciones de la liturgia – aunque se hagan por motivos “pastorales” – no tienen en realidad un efecto positivo en este campo; al contrario confunden, turban, cansan y pueden incluso hacer alejarse a los fieles de la práctica religiosa.
3. El ars celebrandi
He aquí los motivos por los cuales el Magisterio en las últimas cuatro décadas ha recordado varias veces a los sacerdotes en la importancia del ars celebrandi, el cual – si bien no consiste sólo en la perfecta ejecución de los ritos de acuerdo con los libros, sino también y sobre todo en el espíritu de fe y adoración con los que éstos se celebran – no se puede sin embargo realizar si se aleja de las normas fijadas para la celebración [9]. Así lo expresa por ejemplo el Santo Padre Benedicto XVI:
“El primer modo con el que se favorece la participación del Pueblo de Dios en el Rito sagrado es la adecuada celebración del Rito mismo. El ars celebrandi es la mejor premisa para la actuosa participatio. El ars celebrandi proviene de la obediencia fiel a las normas litúrgicas en su plenitud, pues es precisamente este modo de celebrar lo que asegura desde hace dos mil años la vida de fe de todos los creyentes, los cuales están llamados a vivir la celebración como Pueblo de Dios, sacerdocio real, nación santa (cf. 1 P 2,4-5.9).” [10].
Recordando estos aspectos, no se debe caer en el error de olvidar los frutos positivos producidos por el movimiento de renovación litúrgica. El problema señalado, con todo, subsiste y es importante que la solución al mismo parta de los sacerdotes, los cuales deben empeñarse ante todo en conocer de manera profundizada los libros litúrgicos, y también a poner fielmente en práctica sus prescripciones. Sólo el conocimiento de las leyes litúrgicas y el deseo de atenerse estrictamente a ellas impedirá ulteriores abusos e “innovaciones” arbitrarias que, si en el momento pueden quizás emocionar a los presentes, en realidad acaban pronto por cansar y defraudar. Salvadas las mejores intenciones de quien las comete, después de cuarenta años de “desobediencia litúrgica” no construye de hecho mejores comunidades cristianas, sino que al contrario pone en peligro la solidez de su fe y de su pertenencia a la unidad de la Iglesia católica. No se puede utilizar el carácter más “abierto” de las nuevas normas litúrgicas como pretexto para desnaturalizar el culto público de la Iglesia:
“Las nuevas normas han simplificado en mucho las fórmulas, los gestos, los actos litúrgicos [...]. Pero tampoco en este campo se debe ir más allá de lo establecido: de hecho, haciendo así, se despojaría a la liturgia de los signos sagrados y de su belleza, que son necesarios, para que se realice verdaderamente en la comunidad cristiana el misterio de la salvación y se comprenda también bajo el velo de las realidades visibles, a través de una catequesis apropiada. La reforma litúrgica de hecho no es sinónimo de desacralización, ni quiere ser motivo para ese fenómeno que llaman la secularización del mundo. Es necesario por ello conservar en los ritos dignidad, seriedad, sacralidad” [11].
Entre las gracias que esperamos poder obtener de la celebración del Año Sacerdotal está por tanto también la de una verdadera renovación litúrgica en el seno de la Iglesia, para que la sagrada liturgia sea comprendida y vivida por lo que esta es en realidad: el culto público e íntegro del Cuerpo Místico de Cristo, Cabeza y miembros, culto de adoración que glorifica a Dios y santifica a los hombres [12].
________________________________________
Notas
[1] Cf. Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, n. 21.
[2] Abreviación de Consilium ad exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia.
[3] C. Giraudo, “La costituzione 'Sacrosanctum Concilium': il primo grande dono del Vaticano II”, en La Civiltà Cattolica (2003/IV), pp. 532; 531.
[4] Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, n. 10.
[5] Ibid., n. 52. Cf. también Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, n. 28.
[6]“No es extraño que los abusos tengan su origen en un falso concepto de libertad. Pero Dios nos ha concedido, en Cristo, no una falsa libertad para hacer lo que queramos, sino la libertad para que podamos realizar lo que es digno y justo”: Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Redemptionis Sacramentum, n. 7.
[7] Ibid., n. 9.
[8] Ibid., nn. 11-12.
[9] Sagrada Congregación de los Ritos, Eucharisticum Mysterium, n. 20: “Para favorecer el correcto desarrollo de la celebración sagrada y la participación activa de los fieles, los ministros no deben limitarse a llevar a cabo su servicio con exactitud, según las leyes litúrgicas, sino que deben comportarse de forma que inculquen, por medio de éste, el sentido de las cosas sagradas”.
[10] Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, n. 38. Véase el n. 40 desarrolla adecuadamente el concepto.
[11] Sagrada Congregación para el Culto Divino, Liturgicae instaurationes, n. 1. El texto continua: “La eficacia de las acciones litúrgicas no está en la búsqueda continua de novedades rituales, o de simplificaciones ulteriores, sino en la profundización de la palabra de Dios y del misterio celebrado, cuya presencia está asegurada por la observancia de los ritos de la Iglesia y no de los impuestos por el gusto personal de cada sacerdote. Téngase presente, además, que la imposición de reconstrucciones personales de los ritos sagrados por parte del sacerdote ofende la dignidad de los fieles y abre el camino al individualismo y al personalismo en la celebración de acciones que directamente pertenecen a toda la Iglesia”.
[12] Cf. Pío XII, Mediator Dei, I, 1; Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, n. 7.
(Tomado de la Web de Oficina para las Celebraciones del Sumo Pontifice)
lunes, 5 de agosto de 2013
La liturgia episcopal: la dalmática debajo de la casulla
Quizás más de uno se pueda sorprender cuando ha visto al Obispo ponerse la dalmática diaconal debajo de la casulla de la celebración de la Santa Misa. Como indica el Ceremonial de los Obispos (n. 125 c) en las misas pontificales para significar que el tiene la plenitud del Sacramento del Orden.
No hay que olvidar lo que enseña la doctrina católica: el sacramento del orden es un sacramento que pueden recibir los bautizados varones, que tiene tres grados, el tercero el diaconado, el segundo el presbiterado y el primero el episcopado, los tres configuran con Cristo como Cabeza de la Iglesia al servicio de los fieles laicos. Que en los tres grados imprime carácter sacramental en el alma del que lo recibe válidamente y con la gracia de estado necesaria para ejercerlo santamente. Por lo tanto no se desaparecen y permanecen para siempre en el ordenando.
El orden del diaconado que es el primer grado que se recibe de este sacramento lo reciben todos los clérigos, pero es un distintivo de todo ministro ordenado, el esta ordenado para el servicio de la Iglesia, no para sí mismo sino para el servicio los demás. Deberá estar presente siempre en la espiritualidad del ministro ordenado: el es un servidor, un siervo primero de Dios en las cosas suyas y después de los hermanos.
Por ello el Obispo lo lleva cuando celebra la misa pontifical para recordárnoslo y recordárselo a sí mismo
lunes, 8 de julio de 2013
El vellón de Gedeón
En este pasaje bíblico, Gedeón le pide a Dios una señal para saber que es Dios y que lo va a ayudar en su lucha contra Madián y Amalec (Jue 6, 36 ss) . La señal consistía en que en la noche Gedeón iba a poner un vellón seco en medio del campamento y Dios tenía que mojarlo y alrededor debería quedar seco. Y así sucede, se levante en la mañana y esta mojado el vellón y el resto está seco. No contento con eso a la noche siguiente le dice que hago lo mismo, pero esta vez que deje el vellón seco y moje alrededor de él. Y así lo hace el Señor Dios. (Vellón = es trozo de lana esquilada de una oveja)
Me hizo recordar este hermoso pasaje bíblico lo que sucede en la “epíclesis” de la Santa Misa, el sacerdote invoca la acción del Espíritu Santo sobre la oblata en donde están depositadas el pan y el vino que se van a convertir en el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor, sólo ahí sobre ese lugar específico de la Santa mesa del altar para que El lo santifique.
Todos los sacramentos tienen "eplíclesis" que es la invocación que hace el ministro de sacramento hace para que el Espíritu Santo descienda sobre ese momento para que se realice el sacramento.
viernes, 28 de junio de 2013
Solemnidad del Martirio de dos grandes apóstoles
Este sábado 29 de junio celebramos con toda la Iglesia la solemnidad del martirio de San Pedro y San Pablo, además de celebrar el día del Santo Padre; en el Perú es fiesta de guardar, día de precepto de participar de la Santa Misa y es feriado civil. Son huellas en nuestro país del sustrato católico que nutre nuestra cultura peruana y mestiza.
Celebramos a dos grandes de la fe, que conocieron al Señor y le entregaron su vida, y todas sus energías, que predicaron el Evangelio hasta que llegaron los dos a la ciudad Eterna, capital entonces del Imperio, que evangelizaron y fundaron esa comunidad eclesial. La solemnidad tiene 2 formularios de celebración de la Santa Misa el de vísperas y el del día, tiene liturgia de la Palabra propia, eucología propia con prefacio y bendición solemne. Se celebra con ornamentos rojos.
Es una ocasión de renovar nuestra conciencia y pertenencia eclesial, pues hemos sido llamados a seguir al Señor en la Iglesia que es obra suya, fundada por El, sobre la Roca del Apóstol Pedro, signo de unidad y principio de comunión eclesial, como decía San Ambrosio de Milán “ubi Petros, ibi ecclesia” “donde esta Pedro, está la Iglesia” no hay iglesia sin tener a Pedro y sus sucesores en el centro de la comunión. Somos miembros de la Iglesia y todos somos importantes en ella.
San Pablo es el apóstol de los gentiles, incansable en anunciar al Señor, evangelizó casi todo el mundo conocido, y dócil al Espíritu escribió su prédica que ha llegado hasta nosotros en sus cartas.
La celebración en torno al Santo Padre Francisco, Vicario de Cristo en la tierra, “dulce Cristo en la tierra” como lo llamaba Santa Catalina de Siena, sintetiza mucho de lo que celebramos
Celebremos con gozo espiritual esta fiesta de la fe!!
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