“La gran oración de la Iglesia”
La Santa Misa es la gran
oración que la Iglesia ofrece unida a Jesús su Señor y Único Sacerdote, por la
salvación del mundo. La estructura interna de la Misa es una prolongada oración
en donde se articulan distintos elementos para disponernos a escuchar la Palabra
de Dios y con esa Palabra poder dirigir nuestra oración al Padre y ofrecernos nosotros
mismos junto a la Víctima Divina.
Ya desde el inicio nos
ponemos en la presencia de Dios Trinidad, reconociendo nuestros pecados y
nuestra condición frágil, para así prepararnos a entran en el misterio de Dios
que se revela. La participación en la primera parte que es la liturgia de la
Palabra, nos disponemos a escuchar y dejarnos interpelar por la Palabra Viva de
Dios, que nos revela los misterios de Dios, que nos descubre las maravillas de
Dios en la historia humana, pero que tiene que ser acogida en nuestro corazón,
como la semilla es acogida en la tierra buena, para que de fruto (cfr Mt 13,
3ss). Esto solo se puede lograr en un ambiente de oración, de actitud contemplativa,
pero también receptiva de esa Palabra. El salmo responsorial y la profesión de
fe son respuesta a esa acogida a Dios en nuestro corazón.
La segunda parte de la
misa la Liturgia de la Eucaristía, es adentrarnos en el misterio de nuestra
redención, participando en la fe, con actitud de adoración en el Sacrificio de
Cristo. Sacrificio que como enseña en Catecismo se actualiza, se hace presente
en la celebración de la Santa Misa (cfr CIC 1365). Podríamos decir: somos
invitados a participar, a “tocar” ese momento clave en la historia de nuestra
salvación en donde el Hijo Unigénito del Padre, se entrega con voluntad libre a
la muerte, para destruir el poder del pecado y del mal, y así honrar a Dios su
Padre. Somos invitados a unirnos a la Victima, ofreciéndonos al Padre, con el
deseo interior de rechazar el pecado y uniéndonos a la voluntad del Padre, y así
se hacernos sacrificio espiritual al Padre (cfr Lg 34).
Durante toda la Plegaria
eucarística, recitada por el sacerdote, que al ser proclamada es “actio Dei”,
nos unimos a ella por la fe, el espíritu de adoración y nuestro silencio para
rezar con toda la Iglesia. Si pudiésemos
gustar cada palabra que componen esta hermosa oración litúrgica, podríamos profundizar
cada vez más en el misterio que estamos celebrando y contemplando.
El “gran ofertorio de
la Misa” no es el momento de la presentación de los dones al inicio de la liturgia
eucarística, sino al final de la plegaria eucarística, en donde el sacerdote
une a la oblación del Cuerpo y Sangre del Señor, nuestro propio ofrecimiento personal
y comunitario: “Por Cristo, con El y en El a ti Dios Padre omnipotente en la
unidad del Espíritu Santo, todo honor y gloria por los siglos de los siglos”.
El rito de comunión con
la oración del Padre nuestro, nos prepara en espíritu de oración a recibir los
frutos del Sacrificio salvador, que es el mismo Señor hecho alimento y bebida
por amor. Oración que se debe de hondar más cuando comulgamos, de modo personal
y privado con Jesús en nuestro corazón.
Por ello la Santa Misa
es escuela de oración para el creyente, pues es educado a rezar en espíritu de
fe, con las disposiciones debidas, en silencio y recogimiento, acogiendo la Palabra
de Dios y haciendo de ella su propia oración. Es invitado a participar de las formas
de oración según la tradición espiritual de la Iglesia: la alabanza, la
adoración, la intercesión, la petición y la acción de gracias
También nos enseña a
participar íntegramente del encuentro con el Señor que involucra a todo el ser
humano, cuerpo y alma. Por medio de las posturas que nos indica la liturgia
somos educados a disponer nuestro interior desde afuera hacia lo interior, y también
a informar lo exterior desde lo interior con nuestras disposiciones del alma
Por último, nos enseña
un elemento que es muy importante y es la oración en común, como Iglesia,
universal. El sentido comunitario es una dimensión que no debemos de olvidar,
pues es oración cristiana de gran valor y eficacia “…porque donde están dos o
tres reunidos en mi Nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (cfr Mt 18, 20).