Meditación diaria del Santo Padre
Francisco sobre la liturgia y la misa, breve pero muy sustanciosa
Lunes 10 de febrero de 2014
A misa
no se va con el reloj en la mano, como si se debieran contar los minutos o
asistir a una representación. Se va para participar en el misterio de Dios.
Y esto es válido también para quienes vienen a Santa Marta a la misa
celebrada por el Papa, que, dijo en efecto el Pontífice el lunes 10 de
febrero, a los fieles presentes en la capilla de su residencia, «no es un
paseo turístico. ¡No! Vosotros venís aquí y nos reunimos aquí para entrar
en el misterio. Y ésta es la liturgia».
Para
explicar el sentido de este encuentro cercano con el misterio, el Papa
Francisco recordó que el Señor habló a su pueblo no sólo con palabras. «Los
profetas —dijo— referían las palabras del Señor. Los profetas anunciaban.
El gran profeta Moisés dio los mandamientos, que son palabra del Señor. Y
muchos otros profetas decían al pueblo aquello que quería el Señor». Sin
embargo, «el Señor —añadió— habló también de otra manera y de otra forma a
su pueblo: con las teofanías. Cuando Él se acerca al pueblo y se hace
sentir, hace sentir su presencia precisamente en medio del pueblo». Y
recordó, además del episodio propuesto por la primera lectura (1 Re
8, 1-7.9-13), algunos pasajes referidos a otros profetas.
«Sucede
lo mismo también en la Iglesia» —explicó el Papa—. El Señor nos habla a
través de su Palabra, recogida en el Evangelio y en la Biblia; y a través
de la catequesis, de la homilía. No sólo nos habla, sino que también «se
hace presente —precisó— en medio de su pueblo, en medio de su Iglesia. Es
la presencia del Señor. El Señor que se acerca a su pueblo; se hace
presente y comparte con su pueblo un poco de tiempo». Esto es lo que sucede
durante la celebración litúrgica que ciertamente «no es un buen acto social
—explicó una vez más el obispo de Roma— y no es una reunión de creyentes
para rezar juntos. Es otra cosa» porque «en la liturgia eucarística Dios
está presente» y, si es posible, se hace presente de un modo aún «más
cercano». Su presencia, dijo nuevamente el Papa, «es una presencia real».
Y
«cuando hablo de liturgia —puntualizó el Pontífice— me refiero
principalmente a la santa misa. Cuando celebramos la misa, no hacemos una
representación de la Última Cena». La misa «no es una representación; es
otra cosa. Es propiamente la Última Cena; es precisamente vivir otra vez la
pasión y la muerte redentora del Señor. Es una teofanía: el Señor se hace
presente en el altar para ser ofrecido al Padre para la salvación del
mundo».
Así, el
Papa Francisco volvió a proponer, como lo hace a menudo, un comportamiento
común en los fieles: «Nosotros escuchamos o decimos: “pero, yo no puedo
ahora, debo ir a misa, debo ir a escuchar misa”. La misa no se escucha, se
participa. Y se participa en esta teofanía, en este misterio de la
presencia del Señor entre nosotros». Es algo distinto de las otras formas
de nuestra devoción, precisó nuevamente poniendo el ejemplo del belén viviente
«que hacemos en las parroquias en Navidad, o el vía crucis que hacemos en
Semana Santa». Éstas, explicó, son representaciones; la Eucaristía es «una
conmemoración real, es decir, es una teofanía. Dios se acerca y está con
nosotros y nosotros participamos en el misterio de la redención».
El
Pontífice se refirió luego a otro comportamiento muy común entre los
cristianos: «Cuántas veces —dijo— contamos los minutos... “tengo apenas
media hora, tengo que ir a misa...”». Ésta «no es la actitud propia que nos
pide la liturgia: la liturgia es tiempo de Dios y espacio de Dios, y
nosotros debemos entrar allí, en el tiempo de Dios, en el espacio de Dios y
no mirar el reloj. La liturgia es precisamente entrar en el misterio de
Dios; dejarnos llevar al misterio y estar en el misterio».
Y,
dirigiéndose precisamente a los presentes en la celebración continuó así:
«Por ejemplo, yo estoy seguro de que todos vosotros venís aquí para entrar
en el misterio. Tal vez, sin embargo, alguno dijo “yo tengo que ir a misa a
Santa Marta, porque el itinerario turístico de Roma incluye ir a visitar al
Papa a Santa Marta todas las mañanas....”. ¡No! Vosotros venís aquí,
nosotros nos reunimos aquí, para entrar en el misterio. Y esto es la
liturgia, el tiempo de Dios, el espacio de Dios, la nube de Dios que nos
envuelve a todos».
El Papa
Francisco compartió con los presentes algunos recuerdos de su infancia:
«Recuerdo que siendo niño, cuando nos preparábamos para la Primera
Comunión, nos hacían cantar “Oh santo altar custodiado por los ángeles”, y
esto nos hacía comprender que el altar estaba custodiado por los ángeles,
nos daba el sentido de la gloria de Dios, del espacio de Dios, del tiempo
de Dios. Y luego, cuando hacíamos el ensayo para la Comunión, llevábamos
las hostias para el ensayo y nos decían: “mirad que éstas no son las que
recibiréis; éstas no valen nada, porque luego estará la consagración”. Nos
hacían distinguir bien una cosa de la otra: el recuerdo de la
conmemoración». Por lo tanto, celebrar la liturgia significa «tener esta
disponibilidad para entrar en el misterio de Dios», en su espacio, en su
tiempo.
Y,
llegando ya a la conclusión, el Pontífice invitó a los presentes a «pedir
hoy al Señor que nos done a todos este sentido de lo sagrado, este sentido
que nos haga comprender que una cosa es rezar en casa, rezar en la iglesia,
rezar el rosario, recitar muchas y hermosas oraciones, hacer el vía crucis,
leer la Biblia; y otra cosa es la celebración eucarística. En la
celebración entramos en el misterio de Dios, en esa senda que nosotros no
podemos controlar: sólo Él es el único, Él es la gloria, Él es el poder.
Pidamos esta gracia: que el Señor nos enseñe a entrar en el misterio de
Dios».
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